INTRODUCCIÓN
Creo
que estamos viviendo en la época más anti-intelectual que haya
conocido la historia del cristianismo. No quiero decir antiacadémica, ni
anti-tecnológica ni anti-científica. Por anti-intelectual entiendo
contra la mente.
Vivimos
en un período que es alérgico a la racionalidad. La influencia de la filosofía
existencialista ha sido masiva. Nos hemos convertido
en una nación sensual. Hasta nuestro propio idioma lo refleja. Mis estudiantes
en el seminario repetidas veces se expresan del siguiente modo en sus exámenes:
"Siento que está mal" o "Siento que
es verdad." Siempre les tacho la palabra y la sustituyo por la palabra pienso. Hay una diferencia entre
sentir y pensar.
En
la fe cristiana hay una primacía de la mente. También la primacía
del corazón en la fe cristiana. Sin duda que estas dos narraciones
paradójicas parecen ser contradictorias. ¿Cómo es posible
que existan dos primacías? Debe existir una que
prime sobre la otra. Es obvio que no podemos tener dos primacías distintas al
mismo tiempo yen la misma relación. Lo que ocurre es que cuando hablo de dos
primacías distintas, quiero decir que son con respecto a dos temas distintos.
Con
respecto a la primacía en cuanto a la importancia,
el corazón viene primero. Si tengo la doctrina conecta en mi pensamiento
pero no tengo el amor a Cristo en mi corazón, me he perdido el reino de Dios.
Es extremadamente más importante que un corazón este bien delante de Dios que
mi teología sea impecablemente correcta.
Sin
embargo, para que mi corazón esté bien, existe una primacía del intelecto en
término de orden. No puede
haber nada en mi corazón que no haya estado primero en mi pensamiento.
¿Cómo
es posible amar a un Dios o a un Jesús del cual no comprendo nada? Cuanto más
llegue a comprender el carácter de Dios, más será mi capacidad para amarlo.
Dios
se revela a sí mismo en un libro. Ese libro ha sido escrito en palabras.
Transmite conceptos que deben ser comprendidos por la mente. Seguramente que
algunas cosas permanecerán como misterios. Pero el propósito de la revelación
de Dios es que la comprendamos con nuestras mentes para que pueda penetrar en nuestros corazones.
Despreciar el estudio de la teología es despreciar aprender sobre la
Palabra de Dios.